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lunes, 28 de diciembre de 2020

Homenaje a mi madre... de mi primo Hernando Casagrande

 Araceli Fernández - en Memoria

Una mañana de fines de octubre se nos fue Araceli, 

la novia del primer casamiento que recuerdo de niño. 



En el Central Casilda, a Benjamín Gould esa mañana fresca

con Garabito, el fotógrafo y su bolso de cámaras,

la voz afable, ronca.

Papá, de traje, abandonadas por un momento su bombacha 

y botas de siempre. Aunque, con sombrero 

como era de estilo en esa época.

De la "S", el primer cruce. Nos esperaban.

Novedad para los chicos.

Doña Felicidad, conversadora; la tía Jesusa, 

Nelson, Francisco, Arol.

En el patio grande de la fábrica Nelsito,

al ratito llegó el juez con su libro grande.

En un lugar preparado, escribió y leyó; 

pareja y testigos firmaron.

Destellos de fotografía, augurios y clima festivo.

Partimos en patota a la capilla con el novio, 

un silencio de pájaros y trinos, un sol luminoso,

una magia de tranquila aldea, casi cerca de Dios.

Allí estaba la novia impecable, hermosa luciendo de blanco.

Misa de esponsales a templo lleno. 



Despliegue de mantillas, una más bordada que otra, felices.

Algarabía a la salida de la pareja,

reparto de besos y buenos deseos.

Regresamos al patio, se sirvió el almuerzo,

un público entusiasta con aplausos, vítores, 

torta y riego de copas. El beso de los novios.



Así fue aquel día memorable que he recordado 

por el impacto de la noticia.

Esta despedida que le doy ante lo imposible

de detener el tiempo.

Adiós, Ara, 

que Dios te cobije...



Hernando, 29/10/2011

Hernando Casagrande, de niño

Para Cheli, la tercera de los buenos deseos en aquella capilla de Benjamín Gould.

Hernando Casagrande, 31/10/2011

domingo, 11 de octubre de 2020

Paleta de otoño

 Rojos, 

naranjas,

amarillos,

tibieza dorada del sol,

última pasión de los verdes, 

hegemonía del ocre,

matices de desvelos otoñales.

11/10/2020




viernes, 9 de octubre de 2020

Vida

Creo palabras

en súbitos momentos de lujuria

para parirlas luego,

mientras tanto las protejo,

les doy forma,

las cuestiono,

les canto, las ordeno...

Van creciendo,

crecen y crecen...

Cada palabra, una célula

del tejido de mi poem
a;

cada palabra engendra otras; se divide luego.

Y más células, más...

y más palabras, más...

y el silencio de crecer

y el de aún no haber nacido.

Alimento mis palabras,

les doy vida,

las siento vigorozas; a veces, hasta crueles,

débiles, efímeras, distantes, perdidas...

Sin embargo, se me hacen familiares;

las voy queriendo de a poquito

hasta amarlas para siempre

porque son mías, con mi sangre y fantasía,

soy yo en ellas,

yo que renazco en la euforia enloquecida

o en el tibio silencio que dan vida.


Araceli (1995)