Tu río,
mi mar,
nuestro amor alborotado
entre peces y caracolas
que lastiman.
Gigantes margaritas
descubren un páramo rellenito y placentero
lleno de ternura suavecita.
Entonces...
veo el puente, claro, clarísimo;
lo cruzo silenciosa para abrazarte
para retenerte, aunque sea,
un poquito.
Y después... y después, hijo querido,
dejarte ir nuevamente.
Araceli Casagrande, 21/10/16