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sábado, 8 de octubre de 2016

EL HADA DE LAS NOVIAS



Año 1974
Creo en las hadas. Puedo asegurar que existen. En mi casa vive una. Es amable y servicial. De profundos ojos verdes, pelo dorado y voz cautivadora. No tiene alas ni varita. Su polvo mágico es la ternura, inagotable.
Se levanta tempranito, antes que todos nosotros. Nos prepara el desayuno, nos despierta y con la dulzura de un ser de luz, nos alista para ir a la escuela. Cuando partimos hacia nuestras obligaciones de rutina, ella se instala en su taller. Como la famosa Campanita, es un hada artesana. Y, aún sin alas, tiene el poder de volar. El genio de la creatividad la habita todos los días, pues ella transforma un simple trozo de tela en un objeto maravilloso. ¡Es que es un hada de alta costura!
Ahora voy a referirme a uno de esos días especiales: “el de la novia”. No se trata de una efeméride en un almanaque; es el día en que se casa alguna novia del pueblo. Puede ser Carmencita, Alicia, Esther, Marta o Norma. Da lo mismo, pero el día en que ella debe vestir a esa novia, es especial, pues mi casa se llena de magia.
El comedor se transforma, así de repente, en: sala de SPA, taller de planchado, de terminaciones y detalles y en una especie de consultorio psicológico. Una reposera forrada de un blanco inmaculado opera de diván. En el tocadiscos Ken Brown, la púa transita los surcos del disco de pasta de los más hermosos y románticos valses vieneses. Un aroma a jazmines recién cortados o a rosas inunda la habitación. Es que esta hada tiene la magia de activar ¡todos los sentidos!
Cita a la novia dos o tres horas antes de la ceremonia religiosa, dependiendo esto del trabajo de último momento que requiere el modelo del vestido. A veces hay que hacer retoques en el cinturón porque, de los nervios, la novia ha adelgazado o… engordado. Otras, hay que agregar mostacillas o lentejuelas en el cuello, o flores de tul en la muñeca, o... En fin. Lo cierto es que apenas llega la candidata, ella sale a su encuentro con un abrazo, un beso y una sonrisa. Luego la recuesta sobre la reposera, le pide que se relaje, que respire hondo y que piense en cosas lindas. Del termo ya preparado, vuelca un sabroso té de tilo en una taza que le ofrece con cortesía. Mi hermana y yo, asomadas apenas, disfrutamos del espectáculo hasta que se nos pide que no hagamos ruido porque “la novia tiene que descansar”. Entonces “nuestra Campanita” coloca en cada ojo de la futura señora un pompón de algodón embebido en agua helada. “Hoy tu mirada tiene que brillar más que nunca”, le dice.
Mientras tanto, plancha alguna parte de la blanquísima prenda, ultima detalles y hace retoques en el tocado y ramo. Porque, por supuesto, ella también los ha confeccionado. Según la demanda, pueden ser de tela o naturales. El hada se adapta a las circunstancias, la estación del año, la moda y el presupuesto. Si de naturaleza se trata, sus herramientas pueden ser calas, margaritas, jazmines, helechos, gerberas, camelias, lisianthus, claveles, lo que haya en su jardín o en el de algún generoso jardinero del barrio. Y como ama las gipsófilas, que en el pueblo no se consiguen, se las ingenia para adquirirlas con tiempo en la ciudad porque “van con todo y duran mucho”, dice.
En alguna de esas ocasiones, quizá de otro ritual semejante, la veo muy concentrada y eso me permite llegar sin problemas hasta la cocina que queda en la habitación contigua. Puedo abrir el congelador sigilosamente para observar con tranquilidad el ramo y la coronita de coloridas flores enlazadas con cintas de organza y tafeta que ha terminado a la tarde y colocado en el refrigerador para que no se marchiten. Logro tocarlas atrevidamente un poquito y contemplarlas unos segundos con la emoción de quien ve algo sublime.
La mayoría de las veces, la novia ha contratado a una peluquera que la va peinando antes de colocar el vestido. De manicura y maquilladora hacen nuestra hada o alguna amiga que llega en la última hora. El tiempo que resta no se pierde, se capitaliza. El hada hechiza a la novia con sus bondadosos consejos: “bajá tranquila del auto”, “no te apresures, así acomodo bien el tul”, “caminá con la cabeza erguida y una sonrisa en los labios”. Ella sabe que la decisión ya está tomada y no hay lugar para otros consejos, pero si la ocasión lo amerita, suele hablar desde su experiencia personal: “yo me casé para toda la vida”, “el matrimonio siempre es de a dos”, “no hay ganancia sin pérdidas”. No entiendo muy bien qué significa todo ello, pero el hada lo dice en un tono tan afable y positivo que todo me parece una delicia.
Llega el auto que la llevará hasta la iglesia, el hada se apronta, debe allanarle el camino hacia el altar. En otro auto, vamos mi abuela, mi hermano, mi hermana y yo. Papá conduce.
Nos bajamos, todo el pueblo está de fiesta. Una alfombra roja y ramitos de hortensias o margaritas visten de gala la capilla. Un vocerío se aplaca cuando el Valiant 4 azul con un gigante moño blanco sobre el techo se detiene frente a la puerta. Baja la novia, el hada, nuestra hada, mi mamá, se baja detrás de ella.
Año 2016
La leyenda afirma que las hadas sólo sobreviven si la gente no deja de creer que existen. El mismo Peter Pan llama a los niños dormidos del mundo para que crean en ellas.
Mi niña interior no se ha dormido. Han pasado ya más de cuarenta años. Hace casi cinco que mi mamá no está en este mundo. Sin embargo, yo sigo creyendo en ella. Mi hada de las novias no ha muerto.

Araceli Casagrande

Octubre, 2016