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sábado, 21 de agosto de 2010

Mirando Buenos Aires

Ayer viajé a Buenos Aires con dos alumnas. Ambas se llaman Micaela y no tienen segundos nombres. Acordamos llamarlas Peppi y Mica, respectivamente apelando al sentido común del uso de los sobrenombres que, para eso, están.
Fuimos a participar de la XI olimpíada de poesía que organiza APOA (Asociación de Poetas Argentinos), todos los años. Esta vez, se llevó a cabo en la Legislatura porteña, sita en Perú 160 de la capital argentina.
turismo.com.ar
Después del certamen y aprovechando nuestro tiempo libre, caminamos por Florida, husmeamos todo tipo de localcito, local o puestito que llamara la atención a nuestra curiosidad femenina; almorzamos en un lugar de comida chatarra, para no perder la costumbre adolescente que uno lleva consigo (las chicas, realmente. Yo, tardíamente); y caminamos, caminamos. Agotadas, encima, nos manejamos en subterráneo, a las 18.30 (hora caos, para los porteños; hora re-caos, para los foráneos como nosotras).Pero, después de tanto rodeo, trataré de ir al punto: cuántas caras, cuántos modos de vida, cuántas formas de ganarse la vida, cuánto despilfarro de energía, cuántas motivaciones, cuánta diversidad. Uno, como espectador, se queda absorto disfrutando de la multiplicidad de las personas, los momentos y las cosas. Y, en mi caso, pensando... Buenos Aires da para todo o para casi todo. Pues, la tranquilidad de mi hogar, lo sencillo de mis movimientos cotidianos, el estrés más dosificados dudo mucho que se encuentren en tan efervescente, deslumbrante e inmensa ciudad.

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